martes, 16 de junio de 2015

En el Principio fue el Signo, luego vino la Palabra...

Empezamos a recopilar información sobre el mundo a través de las manos, entendemos al adulto por sus contorsiones faciales, solicitamos información mediante los deícticos, sin embargo el entorno tiembla con la emisión de nuestra primera palabra, elaborada con pánico y gemido. Y es que la palabra es eterna, no en vano, los dioses eran «verbo», es decir la palabra en su movimiento mismo de decir, de nombrar, de enunciar, de manera que a partir del momento que pronunciamos la primera palabra creamos el mundo diciéndolo, nombrándolo, enunciándolo.

   El principio presupone pues la palabra, pero no tanto temporal como lógicamente, porque antes de ella ya hubo acto de enunciación, pero no a través de la palabra, sino del signo. La palabra, nace para diferenciar lo real de un mundo sonoro y para darle sentido, los signos enunciados y pronunciados se encarnan en el acto de habla. El signo, como primer acto de conciencia, permanece diferenciándose de lo real en un mundo insonoro y para darle sentido, los signos se amalgaman en una dimensión simbólica conformando un sistema de signos que también dan lugar a una lengua.

   La lengua oral se representa a través del habla, de manera que la comprensión del sistema se deduce fundamentalmente por vía acústica. La lengua de signos es tan homogénea como la lengua oral, en tanto que su entendimiento resulta de la unión del sentido con la imagen visual. Sin embargo, su recorrido por la historia no ha estado exento de problemas; la consideración de las lenguas de signos como lenguas artificiales creadas al modo del esperanto, la creencia de que las lenguas son básicamente habladas y que necesariamente deben contar con un sistema de escritura no ha hecho más que enlentecer su reconocimiento como lenguas minoritarias y su estudio como tal.

   No existe una estructura universal a partir de la cual se articulen las lenguas, sino varias. Y hay otros elementos relevantes para considerar a una lengua como tal, porque la lengua es también un hecho humano; es el lugar de interacción de la vida mental y de la vida cultural y, a la vez, el instrumento de esta interacción, de comunicación y aprendizaje, independientemente de cómo se produzca. En este sentido, la lengua de signos se distingue por tener una estructura gramatical propia caracterizada por parámetros articulatorios, por su capacidad definitoria; los aspectos signolingüísticos pueden ser transmitidos, procesados, reconocidos y traducidos y, por su papel diferenciador; la “caja de valores” de la Comunidad Sorda ofrece principalmente la comunicación en Lengua de Signos, que le aporta un sentido de pertenencia al colectivo de personas sordas, además de oportunidades de participación en distintos ámbitos de la vida diaria.

   Las lenguas de signos ya han madurado, pero su reconocimiento ha sido muy lento, en nuestro contexto, la Ley 27/2007, de 23 de octubre, reconoce las lenguas de signos españolas y establece los medios de apoyo a la comunicación oral de las personas sordas, con discapacidad auditiva y sordociegas. Más recientemente, mediante resolución ministerial, se ha establecido el día 14 de junio como Día Nacional de las Lenguas de Signos Españolas, día que conmemora la constitución de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE) el 14 de junio de 1936.

   Un largo recorrido de pequeños logros, un largo recorrido para el reconocimiento, pero aún queda por desarrollar las disposiciones establecidas en la Ley 27/2007, de 23 de octubre.
Después de setenta y nueve años todavía predominan las palabras pese a que en el principio fue el Signo…
Ana Belén Andreu Bueno
Técnico de Apoyo al Estudiante -UNIDIS.



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