viernes, 3 de febrero de 2017

Llenemos las calles y las aulas de mujeres

Las citas en la madrileña calle Huertas tan maravillosas, evocadoras y brillantescumplen con un patrón claro: están escritas por autores de renombre que tuvieron una relación más o menos fuerte con la capital española y que son exclusivamente masculinos.

A raíz de darme cuenta de la ausencia de mujeres en la calle Huertas, se me ocurrió una forma de protesta pacífica que compartí con los otros miembros de la asociación Orbita Diversa, quienes me apoyaron desde el principio para su desarrollo, convocatoria y difusión. Dentro del proyecto «Creadoras: Mujeres que cambiaron el mundo» y gracias a la ayuda de Ofelia E. Oliva López y César DM, el pasado 7 enero nos juntamos un buen puñado de mujeres para recorrer la calle Huertas durante dos preciosas horas y leer fragmentos de libros de pluma femenina, mientras íbamos escribiendo citas de escritoras con tiza en el suelo, acompañando a las de sus iguales masculinos. A la par, lanzamos una petición en change.org en la que solicitamos al Ayuntamiento de Madrid que incluyera citas de mujeres en Huertas, como medida de igualdad en los espacios públicos. La repercusión fue apabullante: en menos de dos semanas, nuestra petición se aprobó en el pleno de la Junta del Distrito Centro, con lo que las frases de reputadas escritoras brillarán en la calle Huertas en un futuro no muy lejano.

Y es que las calles están completamente masculinizadas, y no por meritocracia, como muchos alegan, sino por la ardua tarea secular de invisibilización de las mujeres. Es decir, no hay frases de mujeres ni apenas calles, ni plazas, ni nada de nada, porque se ha ninguneado a la mujer históricamente y no se ha valorado su trabajo, por muy espléndido que fuera. De las frases de Huertas, el nivel literario de algunos autores elegidos, como Nicolás Fernández de Moratín, es críticamente más bajo que el de muchas autoras ausentes, como la gran Emilia Pardo Bazán, precursora del naturalismo español y, además, del feminismo en nuestro país.

En consecuencia, se hace necesaria una revisión de lo que hemos aprendido hasta ahora: no podemos seguir aceptando una historia narrada exclusivamente desde el punto de vista masculino, con todo lo que ello implica. Es decir, aceptar la versión masculina de los hechos como única implica sesgar la realidad y asfixiar la verdad. Se trata ciertamente de un arma muy poderosa: si se enseña que los hombres eran fuertes y destacables y las mujeres débiles y mediocres, aprenderemos que los hombres son quienes tienen y merecen el éxito.

Por eso hay un interés cada vez mayor en lo que se denomina herstory, esto es, la historia contada desde una perspectiva feminista, para visibilizar así los roles de las mujeres en la historia. La palabra herstory nació en los años 70 como oposición a history —«his», en inglés, es un pronombre posesivo masculino; «her», su equivalente femeninoen un juego de palabras que ignora deliberadamente etimología de «historia». Por eso, es necesario reescribir la historia reviviendo las voces femeninas, para así acercarnos más a la verdad: la narración exclusiva de la mitad de la población no puede considerarse de ninguna manera válida quizás sí verosímil, eso sí: la historia narrada de una manera tan sesgada representa a la perfección la opresión de las mujeres a manos de los hombres.

Esta tarea de reescritura ha de llevarse a varios niveles, en un esfuerzo que finalmente ha de acabar en normalización. Al feminizar los espacios públicos, solo se pretende que haya una presencia más fuerte que la actual de las mujeres, para que sea así con el tiempo similar a la de los hombres y, por ende, haya una representación mucho más justa.

Pero no solo hay que realizar esta tarea de feminización en las calles, sino que ha de incluirse en la educación. No puede ser que en los libros de literatura del instituto solo aparezca una escritora, frente a las decenas y decenas de escritores, como ocurre, por ejemplo, con el libro de texto de mi hermana de quince años. Cuando mi hermana se quejó sobre la situación, la profesora le ofreció hacer una exposición sobre tres escritoras para subir nota. Carmen Laforet, Teresa de Ávila o Rosalía de Castro no pueden enfocarse como una subida de nota, sino que han de ser estudiadas con el mismo rigor que nuestros escritores. En niveles educativos más alto hay, ciertamente, cada vez hay más interés (y opciones) por ofrecer estudios feministas, pero las mujeres no se pueden quedar enclaustradas en asignaturas exclusivamente sobre ellas, sino que tienen que ocupar otros espacios didácticos. En la actualidad la narración sobre el trabajo de las mujeres en las aulas universitarias es más bien escasa y, desde luego, insuficiente. Así, hay que incluir con ahínco autoras, científicas, artistas, exploradoras, expertas, etcétera en los programas, de un modo no impostado, sino de manera natural.


Con una representación femenina digna en las aulas y los espacios públicos, las mujeres del presente y del futuro se empaparán de los referentes y se empoderarán, trazando así un camino férreo hacia la igualdad.

 Patricia Martín Rivas

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